situación actual de los derechos humanos







Controversia de los derechos humanos en las aulas
 Tras la inacabada trifulca sobre su finalidad y sus contenidos, Educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos comienza su andadura con la escuálida dedicación de una hora semanal o, si se prefiere, 35 horas de clase en todo un curso que consta de 1050 horas lectivas. Los protagonistas de la polémica se han quedado fuera y, ahora, es el turno del profesorado y los alumnos que han de desarrollarla en las aulas. De cuanto se ha escrito y dicho sobre este asunto destacaré la médula de las dos posiciones antagónicas. Primera: se trata de una asignatura establecida en la Ley Orgánica que regula el sistema educativo español. Con ella se pretende que los adolescentes, desde el espíritu y la letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sean conscientes de sus derechos y deberes, comprendan el mundo y la sociedad en la que viven, perciban a los otros como personas, respeten sus derechos y aprendan los modos civilizados de exigir sus deberes.
La posición antitética puede muy bien resumirse en las palabras del cardenal Cañizares: «Enseñar Educación para la Ciudadanía es colaborar con el mal.» Apoya esta condenatoria sentencia en que esa materia manipula las conciencias de los adolescentes desde los postulados más abominables del relativismo moral y se opone a «la» verdad cristiana. De este modo, y con la inestimable ayuda del partido conservador y sus extravagantes artilugios bilingües, el debate sobre si la Religión debe o no debe estar en las escuelas e institutos ha sido sustituido por el de «Ciudadanía sí o no». De momento.
Así pues, con independencia de las actitudes religiosas o agnósticas de las personas, los profesores, los estudiantes y sus familias se encuentran, sin comerlo ni beberlo, en medio de un fuego cruzado con consecuencias educativas desastrosas, sobre todo, para los alumnos. Educar -como dice Victoria Camps- es «una tarea colectiva» que requiere varias condiciones, entre ellas una esencial: que el adolescente perciba la sociedad en la que vive sólidamente estructurada y con el máximo grado de integración de sus instituciones e individuos. El irresponsable e injurioso juicio del cardenal Cañizares es una ofensa grave a la institución educativa, compuesta sobre todo por los profesores quienes realizan su trabajo según la ley. El cardenal ha dañado su honorabilidad y rectitud morales. Pero más allá del daño a los individuos, el vicepresidente de la Conferencia Episcopal pone en cuestión la licitud de una Ley Orgánica y su ejecución, envenena las relaciones entre los profesores y las familias, mina la confianza de éstas en el centro de enseñanza y pone a los primeros en la necesidad de justificar su trabajo y el cumplimiento de su deber. Ante este panorama, no es de extrañar que los muchachos sólo crean -y poco- en la Play Station.
Pero, el concepto del «bien» y del «mal» no pertenece en exclusiva al monseñor sino a la inteligencia colectiva de la humanidad, uno de cuyos frutos es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.





Campaña vasca de conmemoración de la declaración universal de los Derechos Humanos.

 

 

Manifiesto de la campaña

El compromiso vasco con los derechos humanos
La Declaración Universal de Derechos Humanos fue aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas hace 60 años. Su principal redactor fue René Cassin, un vasco de Baiona. Es un catálogo de derechos universales que los poderes públicos y todas las personas debemos respetar y hacer respetar. Su formulación representa un gran avance en la historia de la humanidad. En palabras del Secretario General de la ONU, es “un rasero por el que medimos el respeto de lo que entendemos como el bien o el mal”. Para comprender su dimensión basta con hacerse una pregunta: ¿y si no existiera…?
La Declaración existe afortunadamente y la práctica totalidad de los Estados la tienen aprobada e incorporada a su legislación. Sin embargo, esto no es suficiente. Su vulneración encuentra poderosas fuerzas aliadas que la promueven. Los Derechos Humanos se siguen violando en todo el mundo. Son frágiles y se ponen en riesgo en cuanto se ven envueltos en contextos de injusticia, desequilibrio o desigualdad.
Respetar los Derechos Humanos es el desafío más importante de la humanidad y para afrontarlo son necesarios, al menos, tres requisitos: conocerlos, tomar conciencia de su trascendencia y comprometernos con ellos. Lo primero es conocer la Declaración: difundirla, leerla, tenerla en la escuela, en casa, en el trabajo... hacerla presente en nuestra vida porque es uno de los textos más importantes que ha creado el ser humano.
El segundo requisito es tomar conciencia de su significado profundo. Todas las personas, sin excepción, tenemos algo en común: nuestra inherente dignidad humana. Las personas no somos medios, instrumentos u objetos reemplazables. Cada persona es un fin en sí mismo, único, irreemplazable y con capacidad de elegir (Kant). En tanto que fines, todas y cada una de las personas tenemos dignidad humana, merecemos respeto y somos sujetos de derechos. Esta afirmación definitiva es fundamento y cimiento de la Declaración.
En la experiencia de nuestra propia dignidad, nos encontramos con la de los/as otros/as. Esa experiencia es consciencia de la limitación humana y de su creatividad ilimitada. El diálogo, la empatía o la reconciliación son posibles si somos conscientes de que nuestras perspectivas son siempre insuficientes. No somos dueños de la verdad absoluta. Somos limitados/as. Pero, a pesar de ello, somos un fin. Cada persona está dotada de razón y conciencia, y está rodeada de realidades, dones y capacidades desbordantes. Gracias a ello, puede elegir, crear, buscar la felicidad y, en definitiva, hacer el camino de su vida.
Todo ello, nuestra limitación y nuestra creatividad ilimitada, forma parte esencial de la dignidad. Nos lleva a encontrarnos con lo más universal y específicamente humano. Nos permite comprender en el fondo de nuestra conciencia el primado de la persona, el valor absoluto de su dignidad y el imperativo de respeto a los derechos humanos. Por eso, la ética de la dignidad humana y la paz constituyen el principal proyecto del ser humano en la conducción de su vida social.
El tercer requisito es comprometernos. La Declaración corre el riesgo de percibirse como una referencia más, con una relevancia relativa, comparable o incluso subordinable a otras, y sin conciencia de su valor histórico, preeminente y universal. Los/as jóvenes pueden estar recibiéndola como una realidad adquirida e implantada, cuyo valor se da por descontado. Sin embargo, la fragilidad del mundo exige una renovación constante del compromiso de actualización de su vigencia y del sentido de su importancia y necesidad.